Artículo original publicado por Martín Kanenguiser en Infobae, el 27 de febrero de 2022.
Los grandes conflictos bélicos que tuvieron su epicentro en Europa en el Siglo XX dejaron una profunda huella en el rumbo de la economía argentina. ¿Se repetirá con la guerra entre Rusia y Ucrania aquella repercusión, que marcó una orientación más intervencionista en la política económica local, o el cambio de contexto global hacia un mundo más globalizado -aunque golpeado por la pandemia de Covid-19- impide pensar en una vuelta al paradigma inconcluso de “Vivir con lo Nuestro” de Aldo Ferrer?
¿Habrá un nuevo paso en falso por la “neutralidad” que el país suele adoptar en los conflictos internacionales, cuando el Gobierno -que este año preside el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas- necesita ahora el apoyo de un grupo de países clave en el directorio del Fondo Monetario Internacional (FMI) para evitar una crisis inmanejable?
Durante la Primera Guerra Mundial, como producto de su enorme y diversa cantidad de inmigrantes de diversos países europeos, el gobierno de Hipólito Yrigoyen se mantuvo neutral pero no redujo su afinidad con Gran Bretaña, principal socio comercial del país. Sin embargo, para un país que ya desde entonces sufría en forma plena los efectos de los cambios en los flujos comerciales y financieros, esa década fue demoledora. La guerra europea se percibía como un conflicto entre imperios frente al cual la Argentina no sentía necesidad de involucrarse, indicó a Infobae el historiador Alejandro Gómez.
“Los trastornos que la Primera Guerra Mundial generó en la Argentina empezaron antes que la propia guerra; ya en 1913 la complicada situación en los Balcanes afectó a todo el mercado mundial de capitales. El aumento de la tasa bancaria londinense le impidió al país financiar su déficit de balanza de pagos; el momento no podía ser más inoportuno, debido a las malas cosechas de 1913 y 1914″, destacaron Pablo Gerchunoff y Lucas Llach en el libro “El Ciclo de la Ilusión y el Desencanto”. Los cuatro años del conflicto fueron muy negativos: el PBI cayó 10,4% en 1914, subió 0,5% en 1915, cayó 2,9% en 1916 y otro 8,1% en 1917. La anemia monetaria, desencadenante de la crisis, tardó bastante en curarse.
En este sentido, el economista Darío Judzik contó que “aunque a nivel internacional, la Gran Depresión fue el golpe macroeconómico más severo del siglo XX, sin embargo, en Argentina fue mucho más importante el impacto de la Primera Guerra Mundial. Los historiadores económicos que reconstruyeron las series de PBI per cápita encuentran una caída dramática entre 1913 y 1917, en torno a la Primera Guerra, mientras que, entre 1929 y los primeros años de la década de 1930 se da una caída relevante, pero menor”.
Aunque a nivel internacional, la Gran Depresión fue el golpe macroeconómico más severo del siglo XX, sin embargo, en Argentina fue mucho más importante el impacto de la Primera Guerra Mundial (Judzik).
Uno de los motivos de esta diferencia es que en 1913 se empezó a desacelerar un proceso de fuerte crecimiento en países como Argentina, basado en comercio internacional e inversión extranjera (principalmente británica). En el mundo estaba culminando la primera gran globalización, que tuvo lugar entre mediados del siglo XIX y la Primera Guerra, con las mejoras en transporte y comunicaciones, período en el cual llegaban enormes inversiones extranjeras a una Argentina es que era un proyecto muy prometedor. Esto se empezó a frenar a partir de 1913, poco tiempo antes de la Gran Guerra.
Luego de esas anémicas cifras de 1914-1918, el país empezó a recuperarse en forma sostenida, aunque con cifras menos contundentes que antes de este conflicto bélico. “Ninguno de los países que más se parecían a la Argentina registró tasas tan altas, ya sea que se considere el crecimiento global o el valor per cápita; durante los años 20, Argentina creció más que Estados Unidos, Canadá y Australia. Hacia 1929, la producción total del país había superado a la de Australia, e iba camino a alcanzar a la de Canadá.
Eso se tradujo en una mayor distensión social y menor número de huelgas”, indicaron Gerchunoff y Llach. En cambio, para Arturo O’Connell la Argentina sufrió entonces los “problemas de una economía abierta”. Esta problemática se basaba en que, en tanto productor de materias primas en una zona templada, la Argentina era un natural competidor de los países centrales y, por lo tanto, estaba más expuesta que otras naciones a las variaciones en los flujos comerciales y de capitales; en particular, el sistema fiscal argentino dependía en exceso de los tributos ligados al comercio exterior, error que se corregiría en la década del 30.
En cambio, para Carlos Díaz Alejandro, el crecimiento anterior a 1930 fue provocado justamente por ese carácter abierto de la economía local. “El crecimiento anterior a 1930 fue generado por las exportaciones, no porque estas y las entradas de capital con ellas asociadas suministraran una demanda global creciente, (en el sentido keynesiano), sino porque -y esto es más importante- porque las exportaciones y las entradas de capital originaron una asignación de recursos más eficiente que la que hubiese podido resultar de políticas autárquicas. En particular, el costo interno de los bienes de capital en un régimen autárquico (en 1880, por ejemplo), se redujo a un nivel mediante las exportaciones de mercados producidas con el uso generoso de un insumo -tierra- cuyo valor económico en un régimen autárquico sería bastante pequeño”.
De todos modos, como se mencionó, la recuperación fue lenta: recién en 1923 se alcanzó el PBI per cápita de 1913. El rebote se reflejó en una política fiscal expansiva, tan típica de los diversos ciclos económicos argentinos: el gasto público pasó del 8,5% al 13% del PBI entre 1920 y 1929, cuando el déficit de las cuentas públicas ya ascendía al 4% del PBI.
Gerchunoff y Llach destacaron que la propensión argentina a consumir mucho y ahorrar poco durante las épocas de bonanzas y optimismo también se notó en el Estado. La práctica de gastar por encima de los ingresos impositivos no había sido infrecuente en el pasado. Había sido un rasgo típico de las finanzas argentinas la alternancia entre ciclos deficitarios con deuda creciente y ciclos de moderación en los que se cancelaban obligaciones.
No hubo, a diferencia de varios países de la región o de otros continentes, medidas anticíclicas que permitieran tener un “colchón” en época de vacas flacas. Si bien en términos relativos el manejo fiscal durante la administración Alvear fue más previsible y ordenado que con Yrigoyen, no hubo una tendencia al ahorro. “La deuda pública total aumentó 50%. Para un país en expansión, no se trataba de un aumento insostenible, pero sí era preocupante que la inclinación al déficit se acentuara con los años. En 1927 el déficit fiscal fue el más alto de los registrados hasta entonces. Difícilmente se dudaría de la solvencia del Estado argentino mientras el viento de la economía internacional soplara a favor y se mantuviera cierto control sobre el déficit. Así ocurrió entre 1924 y 1928, período en el que el Estado argentino pudo financiarse cómodamente en el exterior tomando préstamos norteamericanos que se acercaron a los USD 290 millones”, detallaron Llach y Gerchunoff.
El problema, claro está, se produjo cuando cambió el clima económico internacional a partir de la crisis de 1929: en dos años, la deuda pública aumentó el 35% y la tendencia al desequilibrio fiscal que había estado solapada en el clima plácido de los tiempos de Alvear, se transformaba de repente en un problema visible y apremiante, destacaron los historiadores.
Cuando cambió el clima económico internacional a partir de la crisis de 1929, en dos años, la deuda pública aumentó el 35% y la tendencia al desequilibrio fiscal se transformaba de repente en un problema visible y apremiante
El crecimiento económico de la década vino acompañado por un mayor endeudamiento y un menor ahorro. Los pagos de la deuda eran superiores al superávit comercial, por lo que anualmente se requería un mayor ingreso de divisas, subrayó O’Connell, para evitar problemas serios en la balanza de pagos y en la economía doméstica.
Si bien Gran Bretaña era el principal socio comercial del país, Estados Unidos en la década del 20 se transformó en el primer proveedor de capital: en 1927, el capital norteamericano instalado en el país era 25 veces mayor al de 1909, dirigido básicamente más al sector industrial a la infraestructura y el transporte, donde todavía predominaban las inversiones británicas. Sin embargo, pese a la tradicional lectura revisionista de aquellos años, esas inversiones no significaron una mayor extranjerización del capital, ya que, como porcentaje del total, éste bajó del 41 al 34 entre 1909 y 1927.
El país participaba activamente en el comercio internacional: en 1929 el valor de los productos argentinos intercambiados con el resto del mundo era del 3% del total, a pesar de contar con una población que representaba el 0,6% de la población global. También las exportaciones argentinas habían crecido más que el promedio: 57 contra 15 entre 1913 y 1929.
El impacto de la Segunda Guerra
La Segunda Guerra Mundial consolidó el patrón de sustitución de importaciones y de mayores regulaciones del Estado que había comenzado en el período de entreguerras en la Argentina bajo los gobiernos conservadores.
El historiador Alejandro Gómez comentó a Infobae que “cada vez que hay una guerra los gobiernos gastan más y luego ni ese gasto ni los controles desaparecen. Además, en la década del 30 predominaba la idea del Estado benefactor, porque la idea del estado mínimo era atacado por izquierda por el comunismo y por derecha por el nazismo y el fascismo”.
Cada vez que hay una guerra los gobiernos gastan más y luego ni ese gasto ni los controles desaparecen (Gómez).
En este sentido, el economista Miguel Kiguel dijo en su libro Las crisis económicas argentinas que “entre 1946 y 1949 el Estado utilizó una fuerte expansión monetaria y fiscal y aumentó el control de su economía”.
“En el frente externo, la administración peronista esperaba que la recomposición del comercio internacional fuera lenta e incluso interrumpida por una tercera guerra mundial entre las potencias victoriosas. Por lo tanto apostó sus fichas a la industria y al mercado interno. El Estado guiaba el camino del desarrollo con políticas industriales deliberadas, como la nacionalización del comercio internacional y la protección de la industria nacional a través de restricciones a la importación. La industria nacional, especialmente la liviana, creció hasta el punto de abastecer casi en su totalidad al mercado interno”, sostuvo Kiguel en su libro “Las crisis económicas argentinas”.
Según enfatizó Kiguel, “en el frente internacional, el mundo no acompañó los planes de la Argentina: el plan Marshall permitió que las principales economías europeas se recuperasen rápido, pero la Argentina no recibió esta ayuda por su poco disimulada simpatía por el Eje durante casi toda la guerra”.
El frente internacional, el mundo no acompañó los planes de la Argentina: el plan Marshall permitió que las principales economías europeas se recuperasen rápido, pero la Argentina no recibió esta ayuda por su poco disimulada simpatía por el Eje (Kiguel).
Al respecto, Roberto Cortés Conde dijo en “La Economía política de la Argentina en el siglo XX” que “Perón no tenía ideas muy precisas sobre la economía, pero compartía aquellas ideas que eran comunes, tras la crisis de 1930, en el clima intelectual de posguerra: la convicción de que en el mercado algo fallaba y que la intervención del Estado era una alternativa, sino necesaria, al menos conveniente”. “Los militares habían tenido el ejemplo de Alemania, que había logrado una recuperación en los años 30, que pudo reconvertirse en una potencia bélica y el de la economía planificada de la Unión Soviética, aunque el régimen les pareciera oprobioso”.
“Las ideas autarquizantes y nacionalistas tenían una amplia aceptación por la creencia de que en la posguerra continuarían las restricciones del comercio internacional. Hubo ciertos hechos que tuvieron importancia: la autarquía que existía de hecho desde los años de la Segunda Guerra y la inexistencia de un mercado internacional de capitales”, dijo Cortés Conde.
También observó: “la enorme acumulación de excedentes comerciales, debido a la restricción de importaciones durante la guerra, creó la impresión de que la acumulación de divisas se debía a un gran aumento de riqueza, cuando se trataba de descapitalización”.
Además, “la enorme demanda de alimentos, traducida en mejora de precios en los primeros dos años posteriores a la guerra, también dio la impresión de un aumento de riqueza y había una visión pesimista sobre las posibilidades del comercio mundial para colocar exportaciones argentinas”, concluyó Cortés Conde.
A su vez, Llach y Gerchunoff observaron que, con la Segunda Guerra, “la economía sintió el cambio más profundo, como había sucedido con los dos grandes golpes internacionales anteriores, la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión”.
“Al iniciarse el conflicto mundial en 1939 la recuperación post-Depresión era un hecho. El producto nacional que había caído a una tasa del 2,5% entre 1929 y 1933 venía creciendo 4% por año entre ese último año y 1939. Pero en la economía argentina quedaban huellas indelebles de la crisis (como el Banco Central, los controles cambiarios y las juntas reguladoras) y la presencia más sólida de una industria nacional favorecida por esas mismas instituciones”, explicaron.
Pero el mayor impacto “estuvo ligado, otra vez, al comercio internacional. Si la ola proteccionista de los años 30 ya hacía imposible el retorno a las condiciones anteriores a la crisis, la Segunda guerra Mundial agravaba más la situación”, destacaron los historiadores.
Si la ola proteccionista de los años 30 ya hacía imposible el retorno a las condiciones anteriores a la crisis, la Segunda guerra Mundial agravaba más la situación (Gerchunoff y Llach).
“El plan de Acción Económica propuesto por (Federico) Pinedo en 1940 falló por razones políticas pero también por sus previsiones pesimistas, ya que la economía creció 3,6% por año durante un quinquenio, por efecto de la industria. Sin embargo, el crecimiento fue menor que en otros países de América latina”, sostienen Gerchunoff-Llach.
Y agregan en el libro El ciclo de la ilusión y el desencanto: “La conjunción de la Tercera Posición y la creencia de que las dificultades comerciales de la inmediata posguerra se prolongarían y podrían agravarse con un nuevo conflicto mundial justificaba la opción del gobierno por la autarquía económica”.
En este sentido, detallan que “la posición comercial argentina al finalizar la Segunda Guerra no era cómoda, a pesar de los superávits comerciales que venían acumulándose. En realidad el problema era el excesivo superávit, ya que no se trataba del resultado de una gran performance exportadora sino de las dificultades para conseguir importaciones”.
Como corolario, “a partir de la segunda guerra la economía empezó a mostrar síntomas inflacionarios. De 1941 a 1945 la base monetaria creció 15%, un nivel elevado respecto de los volúmenes previos. Todo el mundo tuvo una inflación alta en la guerra, pero luego desapareció, mientras que en la Argentina se mantuvo más alta que en los países más avanzados. A partir de los años 40 los caminos de la inflación argentina y norteamericana se separaron definitivamente”.
Parte de este problema, como explicaron José Luis Machinea, Sebastián Katz y Federico Grillo en “La economía de Perón”, se basó en el hecho de que el gasto público consolidado pasó de un promedio del 16,2% del PBI en 1945-1946 a uno del 22,5% en 1954-1955, con un pico del 29,7% en 1948.
A partir de la segunda guerra la economía empezó a mostrar síntomas inflacionarios.
Gasto público alto, poco ahorro interno y una mala lectura de la situación internacional -reflejada en una pretendida “neutralidad” histórica del país- parecen ser los ejes conductores de la política económica argentina en los mencionados conflictos internacionales.
En este sentido, el historiador Alejandro Gómez dijo que “la Argentina quedó afuera de muchos beneficios por su neutralidad, porque no solo lo hizo durante el conflicto de la Segunda Guerra, sino también después con su famosa Tercera Posición. Si ahora la Argentina se manifiesta claramente en contra de Rusia, tal vez más adelante consiga un alivio financiero, pero si mantiene una posición tibia será dejada de lado cuando tenga que pedir alguna asistencia en organismos como el FMI”.
Con situaciones que pueden compararse entre las guerras del siglo XX y el conflicto actual: ¿habrá tiempo de evitar errores similares frente a este nuevo escenario bélico en 2022 y un panorama local de fuerte fragilidad macroeconómica?
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