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Cómo les fue a los países que dolarizaron en América latina

Orígenes, evolución y consecuencias de la adopción de la moneda norteamericana en los tres países de la región que optaron por la medida.

Artículo publicado por Martín Kanenguiser para Infobae (24 de abril).

En medio de un nuevo debate sobre la posible dolarización de la economía argentina, conviene observar qué pasó en Ecuador, El Salvador y Panamá, los tres países de la región que adoptaron la moneda norteamericana.

¿Cómo les fue? ¿Qué ventajas obtuvieron, qué defectos persistieron y qué resultados concretos exhibieron en materia de crecimiento económico, inflación y nivel de pobreza, entre otros indicadores clave?

Panamá

Apenas se separó de Colombia en 1904, Panamá adoptó el dólar como su moneda y en 1970, luego del conflicto del canal y de un golpe de Estado, se convirtió en un atractivo centro financiero off shore, con una inflación más leve que sus vecinos, pero sin poder evitar el sabor amargo de un default.

La tasa de inflación del país centroamericano se ubicó entre el -1,6% y el 16,3% en los 61 últimos años. Tras la pandemia, registró un 2,6% en 2021 y del 2,1% en 2022.

Según el Banco Mundial, “antes de la pandemia del Covid-19, la economía de Panamá crecía cuatro veces más que la media regional, lo que la impulsó a la categoría de país de ingresos altos”.

Los presidentes Guillermo Lasso de Ecuador, Nayib Bukele de El Salvador y Laurentino Cortizo, de Panamá

“De 2014 a 2019, el PBI de Panamá creció a una tasa promedio de 4,7 por ciento, mientras que la región de América latina creció a un promedio de 1,1 por ciento. En 2020, el PBI se contrajo un 18 por ciento, el más significativo de la región debido a la pandemia. Sin embargo, se recuperó rápidamente en 2021, creciendo un 15,3 por ciento debido a las altas tasas de vacunación, las importantes inversiones y el aumento de las exportaciones de una nueva mina de cobre”, indicó la entidad multilateral. En 2022, creció el 10,8% y se prevé que se estire otro 5% este año, con una inflación que, según el FMI, llegaría al 2,2%.

El nivel de pobreza, que en 2020 aumentó al 14% durante la pandemia, tras reducirse entre 2008 y 2019, quedó en 13,3% en 2022.

El país ha experimentado una importante tasa crónica de déficit fiscal, que llegó al 6,6% del PBI en 2021; el último año de superávit fue 2008 con el 0,3% y en 2007 llegó al 3,7% el ahorro público. La relación deuda-PBI pasó del 37 al 58 por ciento en la última década.

En 2021, el FMI le otorgó un crédito por USD 2.500 millones a través de la línea de Precaución y Liquidez (LPL), utilizada “como seguro contra shocks externos extremos derivados de incertidumbres mundiales en el contexto de la guerra en Ucrania y nuevas variantes del virus del COVID–19 que pueden descarrilar la recuperación económica”. En 2020 quedó posicionado en el puesto 86 –sobre 190– del ránking Doing Business (DB) del Banco Mundial, con una importante caída respecto del puesto 77 que ocupaba una década antes.

En la imagen, el expresidente ecuatoriano, Jamil Mahuad (1998-2000) (EFE/Giorgio Viera/Archivo(

Las idas y venidas de Ecuador

Ecuador fue el segundo país de la región en dar un paso similar en marzo de 2000, para intentar reducir sus galopantes precios. Si bien el presidente Jamil Mahuad, quien impulsó la desaparición del sucre luego de una devaluación del 197%, fue derrocado por un grupo de coroneles e indígenas, su sucesor, Gustavo Noboa, continuó con la misma política económica y logró reducir la inflación del 90% en 2000 al 40% un año después. En 2003, la inflación cayó al 6,1% y en 2002 fue del 3,7 por ciento.

El gobierno de Rafael Correa intentó “desdolarizar” la economía con un régimen fiscal expansivo, pero tuvo que rever sus intenciones por el apoyo popular a la dolarización.

La economía, que cayó -7,8% en la pandemia en 2020, creció 4,2% en 2021 y 2,8% en 2022; para este año, el FMI prevé que salte otro 2,9%. El PBI per cápita fue de USD 5.979 en 2021 y de USD 6.309 en 2022, el déficit fiscal llegó al 1,6% del PBI y al 1,7%; y el desempleo del 5,2% y el 4,4%, respectivamente.

En tanto, el déficit fiscal fue del 1,8% del PBI en 2021 y un superávit del 1,6% en 2022, mientras que la relación deuda-PBI pasó del 58 al 57 por ciento, pero subió desde el 18% del 2011. En 2020 firmó un acuerdo con el FMI que terminó de desembolsar el año pasado.

El nivel de pobreza bajó del 60% en 2002 al 25% en 2022. En el ranking de DB pasó del puesto 138 al 129 entre 2010 y 2020.

El ex presidente de El Salvador, Francisco Flores

El caso salvadoreño

El gobierno salvadoreño de Francisco Flores se sumó en enero del 2001 al pelotón dolarizador con la intención de transformarse en otra meca para las inversiones extranjeras en condiciones macroeconómicas más favorables que sus vecinos, luego de obtener una curiosa bendición del entonces secretario del Tesoro de EEUU, Larry Summers.

“Yo creía que El Salvador era una república bananera más como otras naciones de Centroamérica; después me puse a estudiar los informes económicos sobre el estado de la economía de su país y ahora puedo advertirles que, si me lo piden, tienen todo mi apoyo para que se dolaricen”, afirmó sin ruborizarse el funcionario de la administración Clinton.

El país gobernado por hoy por Nayib Bukele tuvo una inflación del 6,1% en 2021 y del 7,3% en 2022, frente al 2,4% registrado en el año 2000. El PBI cayó 8,2% en 2020 y creció 10,3% en 2021 y 2,6% en 2022; el Fondo prevé que crezca 2,3% este año. En el ranking de DB cayó del puesto 84 al 91 entre 2010 y 2020.

El porcentaje de deuda-PBI pasó del 85% en 2020 al 80% en 2022, mientras que en 2001 llegaba al 36%. A su vez, el déficit fiscal pasó del 5% en 2001 al 2,5% en 2022.

En cuanto a sus indicadores sociales, la pobreza medida por el Banco Mundial pasó del 50 al 30 por ciento entre 2010 y 2020 y la tasa de desempleo abierto del 7 al 6,3 por ciento.

El balance

Al realizar un estudio comparativo, el economista Eduardo Levy Yeyati sostuvo que “la dolarización oficial, muchas veces propuesta como solución para países con intentos frustrados de desdolarización –o economías frustradas con la dolarización de facto– tiene escasos beneficios –salvo los de frenar en seco una corrida cambiaria– y fuertes contraindicaciones reales, como lo muestra el caso de El Salvador”.

En cambio, los economistas Emilio Ocampo y Nicolás Cachanosky indicaron que en América latina los países que dolarizaron “acompañaron la reforma monetaria con otras reformas estructurales, cuyo objetivo era reforzar la solidez del sistema bancario, imponer la disciplina fiscal y promover la integración comercial y financiera con el resto del mundo”.

El caso más negativo de dolarización y desdolarización ha sido el de Zimbabue, que el año pasado mostró una de las tasas de inflación más altas del mundo (244%), que ahora intentó maquillar con un cambio abrupto en su índice de precios y anclar con la introducción de una divisa digital ligada al oro.

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